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La vocación nos acompaña a lo largo de nuestra vida, como un signo de identidad, es un sello que nos marca y habla de cada uno de nosotros, de nuestras opciones y de nuestras dudas, de nuestros pasos y de nuestros tropiezos. Para los que hemos sentido que ser cristianos es más que practicar unos ritos y recitar unas oraciones, la vocación pasa cada día a primer plano y nos sitúa en el ámbito de la fe y del amor, siempre en actitud de escucha, evitando quedarnos en lo sabido y los sentimientos de haber llegado, moviéndonos siempre fuera de esa zona de confort que nos acaba matando de aburrimiento.

Compartimos contigo la vocación trinitaria, tan amplia como lo es la redención, tan intensa como lo es la libertad, tan íntima como lo es la oración.

Desde los orígenes de nuestra familia carismática la vocación trinitaria se ha vivido, se ha sentido, en quienes comprometieron sus inquietudes por un mundo mejor compartiendo sus vidas como religiosos a imagen de la Trinidad, y en las personas que sin entrar en una comunidad religiosa, han hecho de su vida laical un signo de liberación y glorificación de la Trinidad.

La vocación trinitaria es una llamada al inconformismo permanente, por eso solo saben reconocerla quienes encuentran, y aceptan, en su vida gestos de salida, como los que tantos trinitarios han hecho a lo largo de la historia, desde la raíz de la caridad, con la misericordia como argumento, y con la cruz roja y azul como símbolo de vida para los demás. Ésta no es una vocación para superhéroes, la cruz en el pecho no nos defiende de sentirnos heridos, débiles, pecadores…, muy al contrario, es necesario sabernos pequeños y sencillos para que nuestro mensaje sea real y consiga el cambio que esperamos para este mundo herido, débil y pecador.

Tal vez tú, que lees esto y has llegado hasta aquí, sientas todo esto, pero no basta, porque la vocación supone dar un paso hacia delante… si te podemos ayudar, cuenta con nuestra fraternidad.