“Vosotros sois mis amigos…” (Jn 15,14)

La tarde de la Última Cena, Jesús quiso dedicar un tiempo a la amistad. Por ello, propuso a sus discípulos una especie de testamento; no fueron palabras de despedida, ni calculados discursos de teología, sino palabras nacidas de la amistad sincera, fruto del camino compartido durante tres años por las aldeas de Galilea y de las experiencias vividas al encontrar todo tipo de gentes: poderosos y necesitados, enfermos y sanos, jóvenes y ancianos.

Es en el centro de este pequeño testamento de amistad donde encontramos la famosa frase de Jesús: «Vosotros sois mis amigos». Jesús tuvo sus amigos que se distinguieron por la lealtad a las palabras del Maestro. Todos diferentes, irrepetibles, el Maestro nunca pretendió cambiarlos, antes bien, les dejó sacar sus propias conclusiones, equivocarse, pretender ser más que los demás,… pero, al final, siempre su palabra les sostuvo, le confortó y les ayudó a sacar conclusiones positivas de lo experimentado. Los evangelistas, sin ningún tipo de prejuicios, han elaborado una larga lista de nombres de hombres y mujeres que acompañan a Jesús, son los amigos de Jesús. Personas que han recibido mucho, personas que han dado mucho, leales y solidarias.

Creo que las claves para comprender la amistad de la que Jesús habla son la lealtad y la solidaridad. Si buscas en el diccionario, verás que en la definición de lealtad aparecen palabras como «fidelidad», «honor», «amor» y «agradecimiento». Muchas veces cuando nos preguntan: ¿cuántos amigos tienes?, nuestras manos temblorosas no saben si mostrar o esconder los dedos. «Conocidos muchos, amigos pocos» o «me sobran dedos en una mano», son frases lapidarias que nos ayudan a salir del apuro y a esquivar la pregunta indiscreta. Pensamos en unos y en otros, «aquel no», «aquella si», descalificamos a unos, de otros dudamos, y los menos son los que señalamos con nuestros dedos. Jesús fue más radical y definió a sus amigos por la lealtad: «Vosotros sois mis amigos, si permanecéis fieles a lo que os dicho». Sois mis amigos porque os he confiado mis secretos.

Siguiendo a Jesús tres preguntas nos ayudan a aumentar la lista de nuestros amigos: ¿A quién siempre serías leal?, ¿a quién quieres? y ¿a quién estarás siempre agradecido?, o a la inversa, ¿quién te es leal?, ¿quién te quiere? y ¿quién te está agradecido?

Si únicamente fuéramos leales, nuestras amistades nacerían muertas, cerradas, serían rutinarias; sin embargo, la invitación de Jesús es abierta, es una llamada a crecer en la amistad abriendo nuestras puertas a otros. ¿Quién no recuerda a éste o aquel que no nos ha dejado formar parte de su grupo? La auténtica amistad está destinada a la entrega, a la generosidad, a la solidaridad, a abrir horizontes, a la libertad que vence todo egoísmo. Por eso, Jesús dice a sus amigos que «No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos».

Un ejemplo clarísimo de auténtica amistad lo encontramos en dos amigos que también lo fueron de Jesús: Juan de Mata y Félix de Valois. Dos hombres muy diferentes, con perspectivas y experiencias muy distintas que tejieron un proyecto común y lo hicieron posible porque fueron leales y solidarios. Leales con el plan de vida que habían proyectado y que sigue vivo hoy, y solidarios porque todo lo que proyectaron fue con vistas al servicio de la libertad de los demás. La historia los presenta como amigos inseparables que se supieron complementar, que dieron y recibieron, que siempre tuvieron en el horizonte un objetivo común: la libertad cristiana para todo hombre y mujer.

Ellos nos enseñan que muchas veces son precisamente los proyectos comunes los que nos hacen conocer a los demás, los que nos empujan a pensar en nuestros adentros: «Tu eres realmente mi amigo».

Ignacio Rojas Gálvez

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