“…Y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19, 16-22)

Seguramente era un día radiante, aquel joven había salido de su casa dispuesto a todo, seguro de sí. Era un buen chico, cumplía todos los preceptos de la Ley de Moisés y se sentía a gusto en los espacios religiosos que le habían enseñado sus mayores. Después de dar las indicaciones diarias a sus siervos, se dirigió a la calle. Aún teniéndolo todo, cierta inquietud rondaba su cabeza, había algo que no tenía claro ni asegurado: la Vida eterna. Se trataba de un joven inquieto, cuestionado y deseoso de vida con mayúsculas, como ha dicho algún estudioso, “sediento de eternidad”. Había oído hablar de Jesús, el Maestro de Nazaret, hombre sencillo que con sus palabras y sus obras iba revolucionando a su paso aldeas y gentes de Galilea.

El camino vocacional: del “hacer” al “ser”

Decidido salió a su encuentro y le planteó su pregunta existencial al Señor Jesús: «¿Qué tengo que hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?» Como sorprendido, Jesús respondió al joven con otra pregunta «¿Porqué me preguntas lo que es bueno? Solo Dios es bueno. Pero si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos».

En las palabras del joven y de Jesús se entrecruzan dos comprensiones diferentes de la experiencia de Dios. En boca del joven aparece el concepto judío del mérito. Es necesario “hacer” para “alcanzar”. Si hago lo que tengo que hacer, nada ni nadie podrá negarme un pasaporte a la vida eterna, por tanto, la salvación depende de mis méritos, de las acciones que hago. Dios es sencillamente un espectador de mi actuación, al final, si “he hecho”, El tendrá que darme lo que me corresponde.

En cambio, Jesús redirige la conversación a otro nivel. No olvides que el horizonte de tu actuar es Dios, solo en El reside la bondad; por tanto, no se trata solo de “hacer” sino mirar al frente para contemplar la bondad divina. Para Jesús, a diferencia del joven, es necesario “guardar los mandamientos” para “entrar”. ¡Qué diferencia!. No se trata de “hacer” para “alcanzar”, sino de “guardar” para “entrar”.

“Guardar” no es cumplir, sino más bien hacer propios los mandatos divinos, interiorizarlos, conservarlos como un don divino para la vida. Los mandamientos son palabras para la vida, una ley de libertad, vividos así señalan el camino de la autentica vida. Si tomáramos conciencia de esto, ¡cuánto cambiaría nuestra experiencia de Dios! Igualmente, se trata de “entrar”. Esta imagen evoca la idea de acceder a una realidad ya existente, y no de “alcanzar” como si se tratara de un logro personal, una conquista o una medalla conseguida exclusivamente con el propio esfuerzo, sin posibilidad para que la Gracia actúe.

La necesidad de un cambio en la escala de valores

De forma resumida, Jesús recuerda al joven las palabras de libertad que Yahvé regaló a su pueblo en el Sinaí: los mandamientos (Ex 20,12-16). La mirada satisfecha de joven se ilumina: «Todo eso ya lo cumplo. ¿Qué más me hace falta?». El joven percibe que con sus propias acciones se ha ganado la Vida pero siente que le falta algo. Con contundencia, Jesús le responde: «Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, después, ven y sígueme».

Me parece que las palabras del joven denotan una cierta insatisfacción, daría la impresión que comparara toda su fortuna y la vida eterna y, aún teniendo en estima la vida eterna, percibiera que es demasiado fácil “hacer el bien”. Generaciones y generaciones trabajaron para que el tuviera una fortuna y, en cambio, un bien tan deseado que responde a los anhelos más profundos del hombre, se consigue tan fácilmente. El joven se siente llamado a algo más. Las palabras de Jesús han despertado en él una cierta inquietud.

Por su parte, Jesús no cede. «Si quieres ser “perfecto”…». Este dicho de Jesús ha hecho correr ríos de tinta entre los exegetas. De los llamados sinópticos, únicamente Mateo habla de “perfección”. Si miramos la sinopsis con Marcos y Lucas, ambos recogen en boca de Jesús la expresión: “Aún te queda una cosa por hacer”. La intuición de los evangelistas ha sido a menudo interpretada erróneamente. Mirando la sinopsis del texto, éste parece señalar que la invitación de Jesús, en coherencia con las palabras precedentes, va dirigida a la “plenitud” más que a la “perfección”. En nuestra cultura, el perfecto es “el que posee el mayor grado de una cualidad”, el que lo hace todo bien. Para el escriba Mateo está claro, Jesús utiliza un lenguaje que se adapta a su interlocutor judío. En cambio, para nosotros hoy, evitando interpretaciones integristas, creo que la invitación es más a la plenitud del ser y no tanto a la perfección del hacer. “Si realmente quieres dedicar tu existencia a Dios…”

Jesús da una vuelta de tuerca, el joven quiere algo más. El Maestro le propone un cambio en su escala de valores. Si quieres responder auténticamente a la llamada, es necesario que consideres sin valor aquello que más valoras: tus riquezas. Y que, por el contrario, orientes tu existencia hacia aquello que durante tanto tiempo no ha tenido tanto valor: el Evangelio. El encuentro con Cristo y su seguimiento suponen necesariamente este cambio en la escala de valores.

«Y aunque crezcan vuestras riquezas, no les deis el corazón» (Sal 61,2)

La historia de los sueños de este joven concluye describiendo su tristeza porque no pudo dar el salto exigido por Jesús. Este final siempre me recuerda a la sabiduría del salmo 61,2: «Y aunque crezcan vuestras riquezas, no les deis el corazón». No hay auténtico seguimiento si no se pone el corazón en él. Es cuestión de prioridades. Podemos hacer muchas cosas y todas buenas pero no olvidemos que la clave no son los méritos sino la entrega total, de corazón.

Podría dejarnos un sabor amargo el desencanto de este joven, ¿tan difícil es dejar todo por seguir al Señor Jesús? Versículos después, será Pedro quien con franqueza recuerde al Maestro que los discípulos lo ha dejado todo por seguirle (Mt 19,27). Con la misma contundencia que al joven rico, Jesús responde a Pedro que al que ha dejado todo por seguirle le corresponderá «el ciento por uno y heredará la vida eterna».

Cara y cruz de una misma moneda, todo es cuestión de responder a su llamada liberando el corazón.

Ignacio Rojas Gálvez

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