El vaso lleno

Una de las primeras metáforas hermenéuticas que se presenta en la vida es la del vaso medio lleno o medio vacío. Esta expresión, originaria de corrientes de psicología norteamericanas, se basa en una distinción fundamental entre dos actitudes clave hacia la vida: el optimismo y el pesimismo. En esencia, revela nuestra tendencia innata a interpretar la realidad de manera específica, ya sea viendo el vaso medio lleno, lo que implica una visión optimista, o medio vacío, reflejando una perspectiva pesimista. Esta distinción parece ofrecernos una explicación simple, pero al mirar más de cerca, resulta una excesiva simplificación de la realidad.

Nuestra inclinación a dicotomizar la vida, con la esperanza de entenderla mejor, nos conduce a un juicio fundamentado en conceptos excluyentes y opuestos: las cosas son buenas o malas, bellas o feas, indiferentes o comprometedoras, … Y no solo las cosas, también las personas, los espacios, las distancias y los pensamientos. Este modo de pensar nos lleva a un reduccionismo ético, alejándonos de la inmensa riqueza que implica el encuentro con la realidad y empobreciendo nuestras relaciones y nuestra interpretación del mundo.

Pensar en términos de dualidad conceptual puede facilitar la comprensión, pero también contaminarla. Para interpretar la realidad, no necesitamos encasillar en conceptos lineales propios de una psicología superficial, sino que requiere un análisis profundo y una apertura a la complejidad inherente de nuestro vínculo con lo real. Es igualmente válido y aceptable mantener una actitud optimista viendo el vaso medio vacío, oportunidad de participación y futuro creativo, como hacerlo de manera pesimista viéndolo medio lleno, espacio determinado y sin posibilidad de cambio.

En cualquier caso, independientemente de cómo lo veamos, el vaso siempre estará lleno. No es una aporía metafísica, es nuestra percepción, nuestra mirada, lo que colma el vaso. La interpretación de la realidad puede ser positiva o negativa, enfocarnos en las posibilidades o en los problemas, pero ninguna mirada es definitiva, ya que no es nuestro modo de percibir la realidad lo que define quiénes somos, sino el juicio que de esa percepción hacemos y asumimos como propio.

Acercarnos de modo abierto a ese vaso nos ayuda a reconocer la diversidad de perspectivas, la pluralidad de acentos y la influencia de nuestra mirada en aquello que miramos. El desafío está en mantener una mente abierta, que acoja la riqueza de lo real, de las personas, de nosotros mismos; saber encontrar nuevas formas de interpretar y de relacionarnos; ordenar nuestro juicio para que sea reflejo de la belleza del mundo. Así es como rebosará nuestro vaso real. Pero, como dijo Antonio Machado: “Para que el vaso rebose, hay que llenarlo primero”. Y ya sabemos que “de lo que rebosa el corazón habla la boca” (Lc 6,45).

Pedro Huerta

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