Estar a solas

Cada vez nos cuesta más estar a solas, saber encontrar los espacios y los tiempos para nosotros mismos. Hay quien teme esta soledad porque no quiere descubrirse cara a cara con la verdad que tanto le cuesta disfrazar, también hay quien la esquiva por un miedo atroz al silencio y a una falta de estímulos que mantengan su tensión vital. No es fácil soportar, ni la propia imagen ni el rumiar incesante de unos pensamientos que nos interrogan.

He leído en los Ensayos de Montaigne este texto, impresionante en sí mismo: ¡Qué miserable es, a mi juicio, quien no tiene en su casa un lugar donde estar a solas, donde hacerse privadamente la corte, donde esconderse. Estar a solas me abre de nuevo las puertas de paraísos perdidos, me permite silenciar o dar voz a lo que necesito dar importancia para mi vida, para mi toma de decisiones, para que el análisis de la realidad no sea un simple repetir mensajes o conductas rutinarias sino espacio de sentido. Me gusta eso de hacerse privadamente la corte, porque cuando estoy a solas me aislo de todos los espejos de adulación, soy capaz de verme y medirme a mí mismo sin las intromisiones de las mediaciones y con la confianza de fortalecer mi propia imagen interior.

No quiero ser frívolo con un tema que, por desgracia, a tantas personas encierra en una burbuja de soledad, un estar a solas impuesto por su situación, por las condiciones de la vida, por la falta de relaciones. Su esconderse no es buscado, no da frutos de esperanza, ni profundiza en su riqueza interior, más bien crea miseria, separa del mundo y agudiza lo más triste de la vida. No me queda más que hacer un espacio en mi soledad buscada, sin temor a compartirla, para integrar su presencia y su dolor.

Pero estar a solas tampoco es ese espacio de autorreferencialidad que ponen de moda algunas corrientes pseudoespirituales. Aislados voluntariamente de influencias e intromisiones externas, hasta el punto de engrandecer un solipsismo que tiene más de egolatría que de búsqueda para vivir plenamente la intemperie que nos abarca.

Aprender a crear espacios de soledad, a cortejarme a mí mismo, a reconocerme en mi espejo interior, a dialogar con mis miedos y con mis virtudes, es una tarea inacabada. En palabras, nuevamente, de Montaige, …y me parece en cierta medida más soportable estar siempre solo que no poder estarlo nunca. No aspiro a estar siempre solo, sino a saber valorar la soledad que me habita, abrazarla y buscarla en la intermitencia de mis preocupaciones y en la masificación de mis pensamientos.

Pedro Huerta

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