Los verdaderos milagros…

Afirmaba san Agustín que milagro no es más que el nombre religioso que damos a la realidad y, sin embargo, cuánto nos cuesta reconocer en lo cotidiano algo extraordinario, milagroso. Tendemos a esperar acontecimientos sobrenaturales que cambien las rutinas de nuestras vidas, no es solo que lo deseemos, incluso los pedimos, somos capaces de sacrificar aspectos esenciales de nuestro bienestar personal para poder ver el ansiado milagro, asombrarnos ante una grandeza que nos hace pequeños y limitados.

Esa ruptura del continuo espacio y tiempo nos envuelve en un halo de misterio, hasta el punto de que si alcanzamos a comprender el porqué de los cambios no solo perdemos el interés, también dejamos de buscar opciones, los nombres que con tanto ardor habíamos dado a lo incompresible dejan de servirnos porque se hacen tangibles y cercanos, y olvidamos mirar la realidad tal cual es. Necesitamos creer en los milagros como hechos extraordinarios que nos liberan de la incertidumbre, de lo incierto que nos rodea, sin percibir que todo es milagro, que todo fluye y se resuelve porque forma parte de esa misma incertidumbre.

No hay nada de irrelevante en lo cotidiano, porque es precisamente lo acostumbrado lo que se nos revela esencial para el sentido de la vida. Resulta difícil verlo, y aceptarlo, precisamente por su traje de diario, que lo es también de trabajo, su sencillez aparente parece llevar la contraria al hecho milagroso, y pasamos de puntillas por su presencia con la mirada extraviada entre el estar y el ir. Si no hay milagro que rompa nuestra comprensión de la vida y el flujo en el constante devenir, perdemos interés y volvemos a las rogativas.

Me gusta cómo lo dice Saint Exupéry, ¡Qué poco ruido hacen los verdaderos milagros! ¡Qué simples son los acontecimientos esenciales! Los verdaderos milagros se nos escurren entre los dedos como el agua que pretendemos atrapar y poseer. Preferimos convertirnos en rehenes de lo extraordinario, una vida embalsada y controlada, mientras lo esencial pasa a formar parte de nuestra rutina y escapa de las búsquedas.

Hay una preciosa oración a san Antonio de Padua, compuesta por fr. Julián de Spira, que comienza diciendo, Si buscas milagros, mira. Tenemos una tarea seductora: crear espacios para el asombro ante lo incierto, ser agradecidos, dejarnos escandalizar por la maravillosa simplicidad y locura de lo cotidiano.

Pedro Huerta

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