La danza de la cercanía y la lejanía

En la pista de baile de nuestra existencia, se representa de continuo una curiosa danza entre la cercanía y la lejanía, un ballet de emociones que moldean nuestras interacciones y relaciones. En las paredes del salón de baile, dos sentencias de Heidegger, El hombre es un ser de lejanías; Somos seres que solo se comprenden en relación. Y mientras danzamos, unas veces bajo el fantasma de la lejanía, otras bajo las promesas de cercanía y relación, nos movemos en la dualidad que nos define, buscamos inevitablemente tanto la proximidad como la distancia.

En el corazón de esta danza, surge la idea de que, aunque la lejanía parece ser una condición intrínseca, nos corresponde la tarea de ser artífices de cercanía. No es solo mantener relaciones estrechas con aquellos que nos rodean, sino también en la forma en que perseguimos nuestros propios propósitos y sueños.

Cuando miramos nuestros objetivos personales, es esencial recordar que nuestras metas no deben convertirse en barreras infranqueables. En lugar de erigir muros de contención que nos aíslen en la búsqueda de nuestros sueños, que nos garanticen cumplirlos por nosotros mismos y con la calidad que cada uno queremos, estamos invitados a construir puentes que conecten con los anhelos de los demás. Aprender en esta perspectiva nos transforma de seres de lejanías en seres de proximidad, capaces de coexistir y danzar junto a otros que bailan como nosotros.

Heidegger nos invita a ser conscientes de nuestra condición de seres de lejanías, pero la verdadera clave reside en cómo navegamos por estas distancias. Si nuestros propósitos nos alejan de los demás, perdemos la oportunidad de construir puentes de comprensión y empatía. En cambio, al abrazar una cultura del encuentro, nos convertimos en ingenieros de la cercanía, creando un entorno donde las distancias se acortan y las relaciones florecen.

A pesar de que Heidegger no llegó a conocer la paradoja que la tecnología nos ha traído en la relación entre cercanía y lejanía, ya advertía que si nuestro ser se debate entre el deseo de relacionarse y el anhelo de marcar distancias, acabará ganando siempre la lejanía. Ha tenido que llegar internet y las aplicaciones de mensajería y las de contactos y una infinidad de juegos para los que no necesitamos un contrario real, para que su profecía se cumpliera, para que la danza existencial de lo encuentros prefiera moverse entre opciones de lejanía, con vínculos y relaciones artificiales, mecánicos, sin vida.

Pedro Huerta

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