Aprender de nuevo a ver el mundo

Ahora, que tengo un año entero por delante. Ahora, que he conseguido definir mis propósitos. Ahora, que me permito observar con paz lo que acojo y lo que dejo ir. Ahora, que confío en mis fortalezas más que nunca. Es el momento de volver a aprender, de no dormir en los laureles de todo lo logrado y ver el mundo con una nueva perspectiva.

Abrirme a lo nuevo y abrazarlo no es algo para espíritus errantes, para gentes desancladas, sino para quienes tienen realmente una libertad de pensamiento, libertad que rara vez se nos enseña, porque nos dijeron que la fidelidad radica en la firmeza de nuestras decisiones, cuando en realidad se demuestra con la constancia y la capacidad de adaptación ante los cambios. En su obra magna, Fenomenología de la percepción, el filósofo francés Merleau-Ponty plantea que la auténtica filosofía consiste en aprender de nuevo a ver el mundo.

¡Qué bonito desafío! Aprender de nuevo a ver el mundo. Se convierte en misión personal y compromiso. Merleau-Ponty me reta a explorar el misterio del mundo; a percibir con todos mis sentidos, incluso más allá de ellos, que entender las cosas requiere emplear toda mi capacidad y superar mis limitaciones para explorar el mundo, sin ambigüedades ni excusas. Solo cuando esté dispuesto a abrazar este misterio podré alcanzar el verdadero conocimiento, aprender de nuevo a ver el mundo.

A veces, lo nuevo nos intimida y reduce nuestra creatividad, llevándonos a preferir la comodidad de nuestros logros, aunque sean ficticios, para evitar el esfuerzo de pensar y decidir. Buscamos nuestra ancla, nuestro doudou, aunque eso signifique mirar el mundo con los mismos ojos de siempre o a través de los ojos de otros. Nos contentamos con simular que la melodía de nuestra vida suena armoniosa, evitando la complejidad de aprender de nuevo a ver el mundo.

Lo estamos viendo estos días con la recepción de la declaración Fiducia supplicans, sobre el sentido pastoral de las bendiciones, que pone la mirada en el amor y en la acogida, y que ha despertado de su letargo a muchos hermanos mayores que denuncian nuevamente la generosidad del corazón del padre bueno, que elige bendecir en lugar de condenar. El auténtico límite del conocimiento es el futuro, dice Pascal Chabot en su precioso ensayo Tener tiempo. Pero este límite se convierte en amenaza cuando dejamos de ver el futuro como una oportunidad de percepción, cuando perdemos su capacidad utópica y esperanzadora, optando por mantener viejas miradas y dejar de aprender de nuevo a ver el mundo.

Pedro Huerta

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