Una nueva perspectiva

En el panorama actual, encontrar una atalaya desde la que observar el mundo con claridad y reflexionar con independencia, es una tarea cada vez más compleja. Nos encontramos inmersos en un entramado de opiniones propias y ajenas, donde las mediaciones y narrativas predefinidas distorsionan nuestra visión de la realidad. Sin embargo, es crucial saber reconocer estas construcciones artificiales que nos impiden pensar por nosotros mismos, y apartarnos de ellas. Lo más triste no es que nos pase desapercibido, sino que elijamos no verlo, consolados por la comodidad de que sean otros los que vean, juzguen y decidan.

Cambiar nuestra perspectiva implica ascender a nuevas atalayas vitales, a menudo impuestas por circunstancias inesperadas, que nos irán haciendo pasar de valles a colinas por senderos no elegidos, desafíos con sabor amargo y final incierto. En este viaje nos enfrentamos a constantes pruebas que ponen a prueba nuestra capacidad de comprender la realidad y de alejarnos de certezas reconfortantes. No hay ascenso fácil, los constantes cambios en la línea de equilibrio vital nos obligará a cambiar apoyos, ser capaces de tomar decisiones tan rápidas como imprecisas, aceptar situaciones que no habíamos previsto, compartir subida con compañeros que animan y con otros que nos frustran. Aprender a ver el mundo desde una nueva perspectiva, por tanto, requiere una alta dosis de tolerancia a la fragilidad y una disposición a aceptar que no tenemos todas las respuestas.

En este sentido, es interesante considerar la propuesta del filósofo Hans Blumenberg, que aboga por un pensamiento en el que el relato sea más importante que el argumento, un pensamiento de inconceptuabilidad, donde las metáforas ganen terreno sobre los conceptos y lo narrativo supere la mera información. Esta nueva perspectiva es una invitación para habitar la fragilidad y el desarraigo, como sugiere Joan-Carles Mèlich al afirmar que «saber habitar consiste en no saber habitar, en no ser competente». Reconocer la propia incompetencia, estar dispuestos a adentrarnos en la incertidumbre, aprender a vivir anhelando otros horizontes, y todo ello vivirlo como primer paso hacia el autoconocimiento, no como derrota.

A menudo nos aferramos a conceptos predefinidos como una forma de seguridad, una botella de oxígeno que nos ayude a sobrevivir en altitudes poco frecuentadas. Es por ello fundamental aprender a desprenderse de esos conceptos y abrazar la posibilidad del no saber. En este viaje, enfrentaremos la tentación de conformarnos con logros menores: vendrán en forma de invitación a descansar en cualquier repecho; de hacernos creer que hemos coronado la cima, cuando solo habíamos alcanzado un collado; de alejarnos de nuevos objetivos y nuevas perspectivas, bajo la promesa de un punto de vista sin complicaciones morales, aunque por ello implique la imposibilidad de un pensamiento propio.

A pesar de los desafíos, nunca ha sido tan crucial como ahora encontrar una atalaya que nos permita observar el mundo con claridad y reflexionar con independencia. En un entorno saturado de opiniones preconcebidas, encontrar una nueva perspectiva se convierte en un acto de valentía, un paso esencial para el crecimiento personal y colectivo.

Pedro Huerta

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