¿Dónde permaneces?

La inquietante pregunta de los dos discípulos de Juan Bautista se pepertúa como un eco que resuena en las esquinas de la historia. Nunca una pregunta encerró tanta ansia de conocer, de saber y de vivir. Jesús no tardó en responderles: “Venid y los veréis”. Continúa el relato del evangelio de Juan explicándonos que los dos discípulos se lanzaron a la aventura de adentrarse en un mundo nuevo, a pesar de la parálisis que genera el riesgo de lo desconocido y el palpitar acelerado del ansia de lo nuevo.

“¿Dónde permaneces?”. Es una provocación. No es sencillamente saber dónde te quedas, cómo te organizas para vivir, o cómo haces para llegar a fin de mes. La pregunta va a lo esencial. Aquellos pescadores podrían ser rudos pero no eran ingenuos. Su pregunta toca el meollo de nuestro ser. Siguiendo la metáfora marítima, los pecadores galileos preguntaron a Jesús dónde estaba anclado, qué le daba estabilidad, y desde donde apostaba por el anuncio del Reino, en definitiva, cuál era el fundamento desde el que construía su vida y daba sentido a sus opciones.

Jesús solamente les invitó a estar con él. ¿Dónde fueron?, ¿qué vieron?, ¿dónde se quedaron?, no se nos dice. Solamente se nos deja percibir que encontraron motivos sólidos para decidir anclar sus vidas junto a la del Maestro.

En tiempos frágiles e inestables como los nuestros, “tiempos líquidos” donde lo que hoy es codiciado mañana es menospreciado, la experiencia de los discípulos nos provoca con urgencia a la consistencia, a lo permanente y a lo imperecedero. Quizá encontrarnos con esta pregunta sea una buena ocasión para pararnos y preguntarnos dónde permanecemos y dónde tenemos anclada la existencia.

Ignacio Rojas Gálvez

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