Todo de Dios Trinidad para servir a los hermanos

Nací en una familia pobre de Otxandio (Vizcaya) el 27 de mayo de 1946. Eran años que arrastraban los flecos de escasez y privaciones de la Guerra civil. Sobre mis padres, Antonio y Lina, casados en el año 1935, habían recaido con fuerza los sufrimientos ocasionados por dicha guerra, que terminaron por acortar su vida (la madre falleció con 63 años de edad y el padre con 67). Yo fui el cuarto y último de los hijos, de los que subsistimos mi hermana la mayor (86 años) y un servidor.

Cuando frisaba en los 12 años, vino un día a la escuela el P. Andrés de Cristo Rey (Sagarna), a la sazón ministro provincial de la provincia de La Inmaculada (España Norte), a hablarnos de los trinitarios y proponernos ingresar en el seminario menor de Algorta. Yo, con otros dos coetáneos, acepté. Los tres llegamos al seminario de Algorta el 2 de mayo de 1958. Al año siguiente entraron otros tres muchachos de mi pueblo. Por gracia de Dios, solo yo quedé anclado para siempre en esta amada Orden de la Santísima Trinidad.

Añado un puñado más de apuntes biográficos para enmarcar el testimonio que se me ha pedido. Los años de formación y preparación a la profesión perpetua (solemne) y al sacerdocio comprenden: de 1958 a 1964, cinco años entre Algorta y La Bien Aparecida, luego el noviciado (Algorta, 1963-1964), los estudios filosóficos y teológicos (Salamanca, 1964-1972), la profesión solemne y ordenación sacerdotal (Salamanca, 1971 y 1972), el doctorado y una larga permanencia en Roma (1973-2003, excepto un trienio), dos estancias prolongadas (de meses) en el vicariato de América (1994 y 2003) y de nuevo en Salamanca (2003…).

Lo dicho me lleva a plantearme dos preguntas: ¿Cómo ha sido mi vida como trinitario? ¿Cómo creo que ha de ser la vida del trinitario?

En consonancia con las pinceladas autobiográficas, debo confesar que mi vida como trinitario ha correspondido muy parcialmente al espíritu y carisma definido en nuestras constituciones: Gloria a ti, Trinidad, y a los cautivos libertad; consagración a la Trinidad y vivencia del misterio trinitario sobre todo en el servicio liberador a los cautivos y los pobres. Digo ‘muy parcialmente’ en el sentido de que no he ejecutado tareas y servicios directamente relacionados con nuestro carisma. La obediencia a los superiores me ha marcado una trayectoria vinculada principalmente al estudio y a los libros. Salvo contados casos de poca duración, no he tenido responsabilidades de gobierno ni trabajos sociales al servicio de los pobres. Los libros no han tenido el complemento de la enseñanza. Estas notables deficiencias en alguna medida han quedado solapadas por el apasionante menester de conocer y dar a conocer la vida, la obra y los escritos de nuestro padre San Juan Bautista de la Concepción, Reformador de la Orden Trinitaria.

Solo la gracia de Dios me mantiene en el seno de la Orden a pesar de incontables debilidades personales. El amor a Cristo y, en él y por él, la comunión de vida con el Padre por el Espíritu Santo es el pilar que sostiene mi vocación. Y esa dimensión, digamos, vertical de mi vida, va de la mano –si no, no sería genuina– con la gozosa dimensión horizontal que comprende la fraternidad con los hermanos de hábito –los cercanos de cada comunidad y los lejanos de toda la Orden– y también con la apertura de mente y corazón al amor de las personas necesitadas.

Juan Pujana

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