El difícil desafío

No hay que pensar mucho para darnos cuenta de que lo difícil de la vida se va convirtiendo en un reto que nos cuestiona. Al creciente aumento de complejidad solemos responder con una simplificación de las cosas, de los procesos y de las respuestas. No estoy en contra, más bien al contrario, de la necesidad de elegir un estilo de vida sencillo, sin complicaciones superfluas y prescindibles, lo estoy de una sencillez que en vez de buscar la esencia huye de los difíciles desafíos.

Construimos mundos accesibles a nuestras capacidades, a nuestros sentidos y emociones; nos gusta hacerlos sencillos, sin adornos, comprensibles desde la simplicidad del pensamiento, aunque eso signifique un no-pensar, que acaba siendo un no-comprometerse. Como dice el politólogo Benjamin Barber, se nos conduce a preferir lo fácil a lo difícil, lo sencillo a lo complejo y lo rápido a lo lento. El desafío de lo difícil, lo complejo y lo lento llega a incomodarnos, pareciera que nadie en su sano juicio escogería aquel camino menos transitado que propone Robert Frost, nos manejamos con mayor seguridad por senderos conocidos, amistades testadas y pensamientos prestados.

Lipovetsky llama a este momento la infantilización de la cultura, un creciente dominio de los gustos adolescentes en nuestra sociedad, de lo superficial y anecdótico, de lo insignificante y pueril. Cuesta sentirse identificado con este análisis del pensador francés, a quién le gusta que le tachen de infantilista, que cuestionen su aprecio por las cosas simples. Sin embargo, las pruebas son evidentes, escapamos de lo que puede complicarnos la vida y nos lanzamos al abrazo de lo fácilmente comprensible. Y entonces, preferimos un Hello, how are you?, a sumergirnos en la practica de otras lenguas y culturas; un best sellerpseudohistórico, a una novela que nos ayude a transitar la incertidumbre de nuestra propia historia; un cuadro hiperrealista, a una obra conceptualista y sin mediaciones; lo fácil a lo difícil, lo sencillo a lo complejo…

Esta enfermedad desafiante nos rodea y nos aísla del mundo, nos ofrece respuestas rápidas frente a los retos que requieren reposar las ideas, esquiva los tiempos para el duelo y nos sumerge en la indolente apariencia de una paz que no es real ni nuestra, sino envidiada. Comenzamos a sanar cuando nos resistimos a lo fácil, cuando nos atrevemos a mantener un pensamiento propio y crítico, cuando nos comprometemos con una mirada que no se cierra a la complejidad de la vida, cuando aceptamos los istmos que se abren al encuentro, cuando abrazamos lo desconocido, y lo amamos.

Pedro Huerta

Anterior
Anterior

¡Qué locura Lorenzo!

Siguiente
Siguiente

El espacio habitado