El tiempo de las cosas

Me conmueve y me interroga el comienzo del tercer capítulo del libro del Eclesiastés, pero de forma especial el versículo 5: Hay un tiempo para lanzar piedras y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse. Comprender este equilibrio esencial es, seguramente, uno de los aprendizajes más complejos y duraderos de la vida.

Que cada acción tenga su tiempo no puede ser, sin embargo, una excusa para disiparnos en la indefinición. Más bien, al contrario: es una invitación a saber medir y valorar nuestras fuerzas, a reconocer el flujo del tiempo, en el que estamos y del que formamos parte, a no acomodarnos en actitudes que se hacen eternas y parecen facilitarnos la comprensión de la realidad.

También el poeta Rilke nos invita a habitar el espacio de los contrarios, como signo de encuentro auténtico, Vivir en los abrazos solo puede hacerlo quien pueda morir en ellos. Si buscamos el placer de la permanencia nos encontraremos finalmente solos y arrojados, exploraremos la vida sin haber aprendido el sentido de lo efímero. El Principito tuvo que hacer un largo peregrinaje planetario para conocer el valor de lo efímero, para comprender el valor de su rosa, a la que aprendió a amar en su ser única. Sin embargo, esa rosa solo es singular a partir de su carácter temporal y fugaz, no hay otro camino: el contraste, la posibilidad de desaparecer, la incertidumbre…, es lo que nos hace únicos y amables (dignos de ser amados, define la RAE).

El tiempo de las cosas actualiza nuestro propio tiempo. Cuando no somos capaces de aceptar los límites de nuestra vida, cuando optamos por hacer de la rutina, virtud; del espacio, zona segura; de la permanencia, atributo; entonces solo conseguiremos domesticar la esperanza y llorar las pérdidas. Nos habremos acostumbrado a una vida de segura monotonía, a un tiempo donde solo es digno de ser amado lo que permanece, y entendemos las pérdidas como frustraciones.

En su precioso ensayo El imperio de los signos, Roland Barthes cita a un maestro del budismo zen, que recomendaba a su discípulo: Cuando camines, conténtate con caminar. Cuando estés sentado, conténtate con estar sentado. Pero sobre todo no confundas. El tiempo de las cosas se define por la impermanencia, eso les da sentido; nuestro tiempo consiste, sobre todo, en no confundir, eso nos da sentido.

Pedro Huerta

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